Roguemos al Señor - últimas reflexiones

Aldila - Oficial

sábado, 28 de febrero de 2009

Reflexión: Lc 5,27-32


Dos cosas me sorprenden en este evangelio. La primera, el poder de persuasión; el tremendo poder que ejerce Jesús sobre las personas. Causa admiración y atrae, sin duda. No de otro modo me explico que pueda dirigirse a Levi en los términos que lo hace, según el evangelio. Bastó un “Sígueme”, para que este se levantará, lo dejara todo (así dice) y lo siguiera.

Luego Levi da un banquete, en que su principal invitado seguramente es Jesús y sus discípulos. Jesús no tiene reparo en participar, lo que origina las habladurías entre fariseos y escribas, que obviamente reprochan sus conducta: ¿Cómo se junta con esa gente pecadora?

Tanto que cuidamos las apariencias y entre estas, las buenas juntas. No queremos que se nos señale, que se nos confunda con algunos…Sin embargo, Jesús, el más grande de todos, no tiene problemas con los chismes y murmuraciones. Él tiene muy clara su misión y como se lo hace notar a los chismosos que andaban murmurando por ahí: ha venido a curar a los enfermos, a salvar a los pecadores.

El Señor ha venido por todos nosotros, no por la élite, la aristocracia de cualquier género. Los que saben mucho, los que tienen mucho, los que creen no necesitar a nadie o nada, seguramente se lo perderán. El que está satisfecho, el que está saciado, el que tiene todo, al que nada le falta…¿por qué habrá de incomodarse? Jesús pasará de largo por su lado, sin que lo note.



Oremos:

Señor, ¿seré yo de aquellos que te rechazan por soberbia, porque creo tenerlo todo, porque me siento dueño de la verdad y autosuficiente?

Dame humildad, para no cegarme por mi subjetivismo, por mis pretensiones. Que sepa recibirte, acogerte, oírte y seguirte dejándolo todo, como Levi.


Roguemos al Señor…

Te lo pedimos Señor.
(Añade tus oraciones por las intenciones que desees, para que todos los que pasemos por aquí tengamos oportunidad de unirnos a tus plegarias)

jueves, 26 de febrero de 2009

Reflexión: Mt 9,14-15


Jesús pone en orden y en perspectiva las cosas. Él es el Hijo de Dios Padre, Él es nuestro Salvador…de Él se habla en las escrituras, a Él anunciaron los profetas y ha llegado su hora…está aquí. ¡Es el novio! ¿Vamos a estar tristes?

Hay un momento para todo. Pero es absurdo ponerse triste, ayunar, mientras es tiempo de celebración. Hagamos ayuno cuando Él no esté, cuando nos falte, pero no mientras lo tenemos.

Como en otros momentos, Jesús hace notar el momento especial que están viviendo y sobre todo lo que pasará. Pero como siempre, los discípulos se ciegan. No quieren ver la parte de dolor y sufrimiento que pronto llegará, en la que morirá, aunque es verdad, resucitará.

Es el Señor permisivo o demasiado tolerante. Para nada. Es sólo que hay que saber cuándo estar tristes y cuando estar alegres. Y la gran tristeza debía ser no tenerlo, como la gran alegría estar con Él. ¿Entendemos así la vida? ¿Qué lugar ocupa Jesús en ella? ¿Es así de sencilla nuestra piedad? ¿O es que hay otros factores que tomamos en cuenta? ¿Son realmente importantes? ¿Es la tradición, la ley, la costumbre? ¿Qué es lo que importa?

¿Si sólo fuera Jesús, y estamos con Él, qué más puede importar? A veces nos enredamos demasiado y hacemos complejo lo que debía ser sencillo y claro.


Oremos:

Señor, danos la alegría de vivir con el Señor en nosotros. Que sea toda nuestra alegría…que nada más que el nos llene, que nada nos falte, si lo tenemos a Él.

Quita de nuestra mente y corazón todas esas innumerables razones para ser felices o para ser tristes. Son muchas excusas…muchas distorsiones. Quien te tiene a ti, lo tiene todo. ¡Que así sea!

Que no andemos buscando razones para perder la esperanza.

Que sepamos irradiarte, alegrar a los demás, contagiar, porque te tenemos a ti. Que No nos dejemos arrastrar por los pesimistas, por los tremendistas, mientras estés con nosotros, que sólo ello nos baste.


Roguemos al Señor…

Te lo pedimos Señor.
(Añade tus oraciones por las intenciones que desees, para que todos los que pasemos por aquí tengamos oportunidad de unirnos a tus plegarias)

Reflexión: Lc 9,22-25

Lc 9,22-25

Jesús insiste por estos días en hacer notar a sus discípulos que tendrá que sufrir mucho, que tienen una Misión que lo llevará a la reprobación de todos aquellos considerados sabios, de todos aquellos que cuentan con prestigio frente al pueblo y que incluso será matado…Hasta ese extremo habrá de llegar. No se trata pues de pasar solamente un mal rato, es que acabarán con él, o por lo menos eso será lo que pretenderán. Sin embargo no podrán, porque finalmente resucitará, con lo que sellará definitivamente su triunfo sobre la muerte y el pecado.

Es decir que la razón de su sufrimiento, la razón de su predicación, la Verdad de su mensaje queda confirmada con su resurrección. Y todo ocurre conforme estaba escrito.

Esto es lo que ocurrirá con Jesús. Este es el ejemplo. Entonces, nosotros ¿Qué debemos hacer? Pues, seguirlo, como nos dice Él mismo, llevando nuestra propia cruz.

¿En qué consiste el seguimiento de Jesús? Es todo un cambio de actitud, todo un salto que debemos dar. No se trata de cuidarnos, de procurar no molestar a nadie, de conformarse con todo y sobre todo de no hacer olas para salvar nuestro propio pellejo. Se trata de poner en juego nuestra vida, si es preciso, por la verdad, porque sólo si eres capaz de perder tu vida por los demás la salvarás. En cambio si te empeñas por no sufrir, por pasar incólume, sin rasguño, pues lo que habrás logrado finalmente será perder tu propia vida. Y ¿Qué hay más importante que la vida misma?

Se trata de toda una filosofía, de todo un modo de afrontar y ver la vida, dando por sentado que primero y antes que nada están nuestros hermanos, están los demás. Este es el verdadero significado de la palabra: amor. El que ama verdaderamente, como lo manda Jesús, tiene un programa en el que su nombre figura al final. Es como el capitán del barco que se hunde, que sólo saltará cuando haya terminado de salvar al último.



Oremos:

Señor, danos el valor para ir y salir siempre en pos de la verdad. Que no nos escondamos, que no huyamos buscando nuestra protección, sino antes bien, que estemos dispuestos a sacrificarnos por ella, sabiendo que ello será la salvación de muchos o aun cuando sea de uno.

Haznos capaces de amar verdaderamente. Que dejemos el egoísmo, la comodidad, el hedonismo y sobre todo el engaño del demonio, que en nuestras mentes trata de justificarlo todo, usando argumentaciones de todo tipo, con tal de no comprometernos, de librarnos del dolor y del sufrimiento. No somos masoquistas, pero no podemos ir por la vida engañándonos, pensando que podemos pasar sin sufrir, cuando hay tantos millones de hermanos nuestros que padecen mil penurias cada día.

Haznos sensibles al dolor y al sufrimiento de nuestros hermanos, sobre todo de los que tenemos alrededor nuestro. Quita de nosotros la indiferencia.


Roguemos al Señor…

Te lo pedimos Señor.
(Añade tus oraciones por las intenciones que desees, para que todos los que pasemos por aquí tengamos oportunidad de unirnos a tus plegarias)

martes, 24 de febrero de 2009

Reflexión: Mt 6,1-6.16-18

Mt 6,1-6.16-18

Qué bueno Señor que nos enseñes qué es lo importante. Ni cuando oramos, ni cuando damos limosna, ni cuando ayunamos debemos hacerlo para impresionar a los demás, para que nos vean, para que nos noten y aprecien, de otro modo, habremos desnaturalizado la intención de nuestros actos y tendremos que conformarnos con aquella recompensa.

Si realmente queremos servir, hagámoslo en silencio y con humildad; sin aspavientos, sin andar pavoneándonos por lo que hacemos, sin pregonarlo a los cuatro vientos y el Señor que ve lo secreto nos recompensará.

Ojo, el Señor sigue cada uno de nuestros actos. Nos ve y se alegra o entristece con cada uno de ellos. Así, si son buenos y están dedicados a Él, no es necesario que los vayamos pregonando. Él ve y sabe lo que hemos hecho, no tenemos que contárselo y si quisimos agradarle, bendecirlo y adorarle, a qué lo publicamos, si Él lo conoce perfectamente.

Preocupémonos por hacer el bien a nuestro paso, a todo el que se nos cruza y no por la recompensa o el reconocimiento que habremos de recibir. No busquemos la vana gloria ni el reconocimiento barato, tengamos presente que es por Dios y para Dios que actuamos y somos. Él no necesita demostraciones…Él nos conoce, y si con nuestros actos hemos llevado alegría, esperanza o paz, quedará registrado en su infinita memoria, sin que tengamos que hacérselo notar a nadie, porque será a Él al que le habremos llevado paz, alegría, esperanza o amor. Preocupémonos por ser antes que por parecer o aparentar.

Oremos:

Señor, dame un corazón puro en el que no anide la envidia ni el orgullo. Que sea sencillo y humilde, bastándome tan solo con tu inmensa recompensa, aunque no la pueda ver ni sentir ahora.

Que no repare en intereses personales para hacer el bien, por el contrario, que no busque razón, ni motivos, ni merecimiento para hacerlo. Que me baste con saber que si es bueno, ha de ser Tu Voluntad.



Roguemos al Señor…

Te lo pedimos Señor.
(Añade tus oraciones por las intenciones que desees, para que todos los que pasemos por aquí tengamos oportunidad de unirnos a tus plegarias)

Reflexión: Mc 9,30-37

Mc 9,30-37

Nada queda más oculto que aquello que no queremos ver. Y Dios sabe que hay cosas que no queremos ver en nuestras vidas. Cosas a las que les tenemos miedo, porque no entendemos o porque simplemente no quisiéramos que fueran verdad. Preferimos ignorarlas. Eso es lo que pasa con los discípulos. El Señor les habla de su muerte y resurrección, pero ellos nada, como si no fuera con ellos. En vez de ello, discuten por tonterías, por situaciones mundanas, propias de quienes no conocen a Jesús. Por eso él, leyendo nuevamente sus pensamientos, aprovecha para darles su mensaje, que difícilmente puede ser entendido por quienes no han dispuesto su espíritu, por quienes no se han dado cuenta que el seguimiento de Jesús significa un cambio radical en el modo de pensar y vivir, en el modo de ver y acoger al mundo.

Jesús revela nuevamente la fórmula. Es exactamente al revés de lo que estamos dispuestos a aceptar y no se trata de una alegoría, de una forma figurativa de decir algo que se debe interpretar, que está escrito entre líneas. ¡No! Lo dice abierta y expresamente: “Si uno quiere ser el primero, sea el último de todos y el servidor de todos”.

Por si no queda claro, para aquellos que tienen sus mentes y corazones cerrados coge a un niño y lo pone al centro; Marcos agrega algo muy importante: lo estrechó entre sus brazos, gesto indudable de ternura, cariño y respeto profundo.

El Señor nos enseña a ser acogedores, cariñosos, generosos con los más pequeños, con los indefensos, con los humildes. Solamente puede actuar así quien es limpio de corazón, quien no tiene prejuicios…quien es capaz de mirar más allá de los gestos y apariencias…quien ve el corazón. Eso nos pide el Señor. Acoger, para ser acogidos. Y establece una relación de transitividad, por la que queda muy claro que a quien acogemos, a quien recibimos cuando recibimos al más pequeño…es a Dios mismo.

Oremos:

Señor, saca de nuestra vista la viga que tenemos y que no nos deja ver lo que nos dices o peor aún, entenderlo.

Quita de nuestra mente, de nuestro espíritu toda pretensión, todo deseo de figuración. Haznos dóciles y humildes. Aparta de nosotros la soberbia y el orgullo, la vanidad y la codicia. Que nos sobre y nos baste con ser fieles siervos tuyos, al servicio de la construcción del Reino.

Enséñanos el secreto que hay en cada niño, porque de modo tan especial quisiste que entendiéramos que quien los recibe a ti te recibe, y quien a ti te recibe a Dios mismo recibe.


Roguemos al Señor…

Te lo pedimos Señor.
(Añade tus oraciones por las intenciones que desees, para que todos los que pasemos por aquí tengamos oportunidad de unirnos a tus plegarias)

lunes, 23 de febrero de 2009

Reflexión: Mc 9,14-29

Mc 9,14-29

Otra vez estamos ante un milagro público. Se ve que los discípulos habían tomado la posta mientras él se había alejado. ¿A dónde fue? ¿Dónde estuvo? Sólo se lee que “bajo de la montaña”. Al parecer, era la costumbre del Señor. Alejarse y subir a la montaña a orar. Podemos presumir que eso es lo que estuvo haciendo, cuando encontró a sus discípulos en difícil trance: no podían curara al enfermo que les habían traído. Por fortuna llegó Jesús y se interesó en el tema.

Luego de oír la explicación, el Señor se propone curarlo. Es importante la aclaración que hace el Señor al padre del muchacho: «¡Qué es eso de si puedes! ¡Todo es posible para quien cree!». El milagro se da, si tenemos fe. Somos nosotros los que debemos cambiar, los que debemos creer. Sólo entonces podemos alcanzar lo que pedimos, lo que nos proponemos.

Sin embargo hace falta algo más. Es preciso implorar la intervención Divina. Para ello hay que orar a Dios Padre, puesto que es en realidad Su intervención la que hará posible la expulsión de los demonios. Es preciso, entonces, no solamente querer, aunque es necesario. Tampoco basta creer, tener fe. Debemos orar, ponernos en Sus manos; suplicar que se haga su voluntad.

La oración produce una actitud especial en quien la realiza. Orar es hablar con Dios. Pero para oírle, hay que acallar por dentro y por fuera todo aquello que nos inquieta, que perturba, que nos quita paz. Fe y oración deben acompañarnos siempre.
Oremos:
Señor, danos fe, como un grano de mostaza para poder hacer tu voluntad y llevar tu palabra a todos nuestros hermanos.

Seremos capaces de actuar como tú, en tu ausencia física sólo si tenemos fé y llevamos una vida de oración. Haz que así sea, Señor.

El que ora no es soberbio; sabe que depende en última instancia de la voluntad Divina, la cual tiene obligación de escudriñar en cada acontecimiento. Haznos dóciles a tu Espíritu y proclives al diálogo permanente con Dios. Decía San Agustín: “La oración es la fuerza del hombre y la debilidad de Dios”


Roguemos al Señor…

Te lo pedimos Señor.
(Añade tus oraciones por las intenciones que desees, para que todos los que pasemos por aquí tengamos oportunidad de unirnos a tus plegarias)

domingo, 22 de febrero de 2009

Reflexión: Mc 2,1-12

Mc 2,1-12

La escena es clásica. Jesús atraía multitudes con su palabra y sus curaciones. La gente venía de todas partes a oírle, porque era muy sensible. Sus palabras sencillas, calaban en lo más hondo de quienes lo escuchaba, porque hablaba con la verdad, porque era transparente, porque hablaba del amor del Padre, de su bondad, de su voluntad…

Pero también eran conocidas sus curaciones y en este caso no había otra alternativa que descolgar al paralítico por el techo…Así de colmada estaba la casa; no había por donde pasar, todos se agolpaban, todos querían estar cerca, oírle y seguramente, si era posible, tocarle, mirarle.

Pero Jesús tan pronto sanaba el cuerpo como limpiaba, aclaraba, purificaba los espíritus. Jesús era portador de paz. Como Hijo de un Dios que es Amor, no podía dejar de sentirse conmovido por el dolor y el sufrimiento. Por ello, allí donde podía no dudaba en sanar, en aliviar el dolor. Así hizo con este paralítico. Pero hizo con él algo más extraordinario que los escribas reclamaron: le perdono sus pecados. Sí, pues, el Señor tiene el poder de perdonar los pecados, el mismo que después trasladaría a sus apóstoles y a través de ellos a los sacerdotes. «Yo os aseguro: todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo", dice el Señor (Mt 18,18).

Oremos:
Señor, haznos portadores de tu mensaje de paz, de amor…Que donde vayamos, cuando hablemos, sólo salgan palabras de alivio, de esperanza, de gratitud.

Que nuestras palabras sirvan para dar ánimo y optimismo a nuestros hermanos. Que no nos ocupemos de hablar necedades, de chismes o de maledicencias.

Danos tu poder para hacer el bien, por donde pasemos y a quien nos lo pida. Que no reparemos en edad, color, posición social, prestigio…

Señor, tenemos fe, pero haz que ella crezca…transfórmanos.

Roguemos al Señor…

Te lo pedimos Señor.
(Añade tus oraciones por las intenciones que desees, para que todos los que pasemos por aquí tengamos oportunidad de unirnos a tus plegarias)

sábado, 21 de febrero de 2009

Reflexión: Mc 9,2-13

Mc 9,2-13

Estamos frente a un acontecimiento especial, en el que sólo tienen participación los discípulos más cercanos a Jesús, a quienes él mismo invito a presenciarlo. Aún ellos no entendieron mucho y quedaron asombrados de lo que ocurrió frente a sus ojos. Jesús se transfiguró y por un momento lo vieron conversando con Moisés y Elías. Los discípulos quedaron pasmados; no sabían qué decir. Se trataba de algo extraordinario que bien hubieran querido perpetuar, por lo asombroso.

Pero, duró poco. Sin embargo lo suficiente para que en medio de una nube que los cubrió oyeran hablar a Dios Padre. ¿Y qué les dice? El mensaje es muy breve y suficiente para confirmar la predicación de Jesús. «Este es mi Hijo amado, escuchadle.»

Al bajar Jesús les ordenó que no contaran nada de lo que habían visto hasta que resucitara. ¿Qué es eso de resucitar?, se preguntaban.

Tratando de entender la relación lógica de los acontecimientos, empezaron a interrogar a Jesús, que les hace ver que todo se va cumpliendo conforme estaba escrito, así que lo que tiene que ver con él también se cumplirá.

Para Jesús todo encaja y responde a la Voluntad del Padre, aquella que ha venido a cumplir, tal como estaba escrito. Para los discípulos, como para nosotros seguramente, las cosas no están muy claras. Nos perdemos. Es que hay una parte en todo este mensaje que disgusta, que nos resistimos a ver, a afrontar, a asumir. Y es el sufrimiento. ¿Por qué, a qué viene? ¿Por qué no puede ser todo el tiempo triunfal, vencedor, fulgurante, convincente, arrasador, contundente?

Pero no. Aunque habrá de Resucitar, antes tendrá que morir, como todos. Nos quedamos en la muerte y nos resulta difícil mirar más allá, hasta la Resurrección.

Oremos:

Señor, danos tu luz, ilumina nuestras mentes y nuestros corazones para que podamos a entender que solo amando llegaremos a Ti Que quien ama verdaderamente, tendrá que sufrir, aunque su sufrimiento no será eterno, pues finalmente resucitaremos.

Ayúdanos a entender que el amor no está exento de sufrimiento por nuestra misma naturaleza humana, limitada. Dar más allá de nuestras fuerzas, más allá de lo que tenemos, siempre será doloroso. Pero el que ama está dispuesto a dar su vida…y el que da su vida por el que ama, la salva.

Ayúdanos a entender este maravilloso misterio y sobre todo, danos el valor para no huir, para no escapar, cubriéndonos, regateando, mezquinando lo que debemos dar cuando nos toca.

Ayúdanos a reconocer lo que se nos pide a cada instante.

Roguemos al Señor…

Te lo pedimos Señor.
(Añade tus oraciones por las intenciones que desees, para que todos los que pasemos por aquí tengamos oportunidad de unirnos a tus plegarias)

viernes, 20 de febrero de 2009

Reflexión: Mc 8,34-9,1

Mc 8,34-9,1

La vida tiene un sentido, sólo uno. Por eso es importante encontrar el sentido de la vida. Jesús nos lo dice muy clara y directamente. Si no que no estamos dispuestos a oír; no queremos entender…queremos interpretar, palabras que no tienen interpretación, sino que son muy claras y concretas.

¿Cuál es el bien más preciado que poseemos? ¿Cuál es el primero de todos, sin el cual no tendríamos ninguno de los demás? ¿No es la vida? Si estamos de acuerdo con ello, ¿no debía ser lo más importante preservarla?
¿Cómo y qué podemos hacer para preservarla?
Empecemos poniéndonos de acuerdo en que si preservar la vida es lo más importante, icuparnos en descubrir qué y cómo podemos hacer para lograrlo debía ser la ocupación más importante.


Oremos:
Señor, ayúdame a hacer un alto en el camino, preguntarme quien soy yo y quién dicen los demás que soy. Luego con esas respuestas procurar ponerlas a tus pies…¿Cuál es mi misión? ¿Estoy haciendo lo que esperas de mí? ¿Qué debo hacer?.
Ayúdame a grabar en mi corazón estas tres preguntas, que iluminen todos mis actos…No puedo ir por el mundo desconcertado, aceptando todo, huyéndoles a todo y menos indiferente.
Haz Señor que estas tres preguntas me sirvan siempre para iluminar, para dar luz, claridad y coherencia a mi vida: ¿Quién soy? ¿Quién dicen que soy? ¿Cuál es tu voluntad…qué debo hacer?
¡Hazme un instrumento de tu fe!
Te doy todo lo que soy, todo lo que siento, todo lo que pienso…¡Tómalo Señor y haz con ello lo que gustes!

Roguemos al Señor…

Te lo pedimos Señor.
(Añade tus oraciones por las intenciones que desees, para que todos los que pasemos por aquí tengamos oportunidad de unirnos a tus plegarias)

jueves, 19 de febrero de 2009

Reflexión: Mc 8,27-33

Mc 8,27-33

Es muy interesante que el evangelio de hoy proponga hacernos la pregunta ¿Quién dicen los hombres que soy? Porque una cosa puede ser lo que nosotros decimos de nosotros mismos y podemos tener un alto o pobre concepto de lo que somos. Pero otra muy distinta PUEDE SER la opinión que tengan los demás. ¿Hay concordancia? ¿Hay coherencia?

¿Quién debíamos ser? Los discípulos no tienen la menor duda respecto a quién es Cristo, porque han estado con él, han vivido con él y lo han visto y oído. Lo conocen. Pero lo que no pueden aceptar es lo que luego les dice Jesús. Que precisamente por lo que han visto, por lo que dicen que es, tendrá que seguir un camino, una misión, que lo llevará a padecer, a sufrir, a morir y a resucitar.

Jesús tiene un camino, una misión, que la revela cuantas veces se la preguntan y es “hacer la voluntad del Padre”. ¡Esa es su misión! Y ahora, muy claramente, ante las reservas y temores de Pedro, que preferiría poner distancia a los sufrimientos, Jesús pone muy enérgicamente los puntos sobre las íes. No es lo que tú quieres, no es lo que te gustaría; no es tomar parte del mensaje, aquello que me gusta, aquello que atrae…Tomar el fruto sin los espinos…Se trata de poder leer, oír, ver, entender “los pensamientos de Dios”.


Oremos:
Señor, ayúdame a hacer un alto en el camino, preguntarme quien soy yo y quién dicen los demás que soy. Luego con esas respuestas procurar ponerlas a tus pies…¿Cuál es mi misión? ¿Estoy haciendo lo que esperas de mí? ¿Qué debo hacer?.

Ayúdame a grabar en mi corazón estas tres preguntas, que iluminen todos mis actos…No puedo ir por el mundo desconcertado, aceptando todo, huyéndoles a todo y menos indiferente.

Haz Señor que estas tres preguntas me sirvan siempre para iluminar, para dar luz, claridad y coherencia a mi vida: ¿Quién soy? ¿Quién dicen que soy? ¿Cuál es tu voluntad…qué debo hacer?
¡Hazme un instrumento de tu fe!

Te doy todo lo que soy, todo lo que siento, todo lo que pienso…¡Tómalo Señor y haz con ello lo que gustes!

Roguemos al Señor…

Te lo pedimos Señor.
(Añade tus oraciones por las intenciones que desees, para que todos los que pasemos por aquí tengamos oportunidad de unirnos a tus plegarias)

Reflexiones de HOY